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No tengo fuerza de voluntad: dije que no escribiría, y aquí estoy escribiendo tonterías una vez más.
Es que la lectura de la prensa siempre me sugiere temas.
En el suplemento de mi periódico de hoy, gente variada habla de sus vacaciones míticas, comparadas con las actuales.
He leído en diagonal,-como hago siempre-, para ver si me interesaba, y me he quedado colgada de lo que explicaba un director de cine, un tal Mariano Barroso, padre separado, que se llevaba a sus dos hijos de vacaciones a Ibiza con una misión:
"Construir recuerdos".
Está muy bien dicho, ya que se trata precisamente de eso.
El fin último de las vacaciones es construir recuerdos, diferenciar los años unos de otros.
La mayoría de la gente tiene o tenemos, vidas, en que los días se suceden sin grandes cambios, en un patrón que se va repitiendo mes tras mes, año tras año, vamos de casa al trabajo y del trabajo a casa. La familia, los amigos, los vecinos, no cambian.
El verano y las vacaciones, forman parte del patrón, pero sólo pasan una vez al año y suelen ser lo suficientemente prolongadas y alejadas de las anteriores para diferenciarlas fácilmente.
Para algunos vacacionar consiste en viajar lo más lejos posible, batir el récord de lugares, museos o monumentos visitados y, por supuesto, fotografiados. Para otros es no hacer nada, sestear debajo de un pino o una sombrilla y como mucho, leer algún libro e ir a algún concierto y cenar con amigos a los que no ves el resto del año.
Cuando eres niño no necesitas ir muy lejos ni a sitios muy sofisticados, basta un pueblo y un poco de libertad para que el verano se convierta con el tiempo en algo mítico.
Mis hijas recuerdan los juegos en las rocas de las playas donde han ido desde niñas, como una aventura interminable, algo para atesorar.
Como unas pequeñas Robinsones, se pasaban horas jugando a juegos de los que sólo ellas sabían el reglamento y la ejecución.
Yo recuerdo el polvo en suspensión, en el rayo de sol que se filtraba, en la habitación dónde me escondía para leer durante las interminables horas de la siesta, en el pueblo guipuzcoano de mi padre en que pasábamos los larguísimos veranos de mi niñez.
Era en el 65 y tenía 10 años.
Cuando eres mayor, ya depende de la madurez y circunstancias de cada uno hacer del verano lo que en realidad creo que es.
Algo que nos aleje de la muerte, de una existencia plana.
Recuerdos para llenar unas vidas que a veces, no tienen mucho sentido.
Construir recuerdos...es a lo que deberíamos dedicarnos.
Espero que los niños de Mariano tengan un montón.