Envidio profundamente la gente que le gusta la montaña.
No esos forofos de subir y bajar como si les fuera en ello la vida, cada vez mas alto, cada vez más difícil, ni los que tienen la montaña como una religión de la que ellos son sumos sacerdotes y a cada minuto intentan convertirte, no, no, lo que envidio es la gente sensata y centrada, que en cualquier sitio montañoso, disfruta dando paseos cortos o largos, fáciles o algo complicados; gente a la que un paisaje desde una meta alcanzada, procura un rato de felicidad. Me encantaría poder ser uno de ellos. De verdad.
Desgraciadamente debo de tener algún gen que me lo impide.
Quiero que me guste, de verdad, y a veces creo conseguirlo: el paisaje majestuoso llega a conmoverme estéticamente, el silencio, el cencerro lejano de una vaca, el trino de un pajarito, el rumor cantarín de un río lejano, el roce de las hojas en los árboles...el encanto sólo dura poco tiempo, la majestuosidad de las montañas se torna opresión y el silencio, el cencerro, el trino, el rumor, el roce, se vuelven algo siniestro.
No lo puedo evitar, la montaña me inquieta, me amenaza, me siento profundamente insegura.
El impulso, sería correr y correr, traspasar montañas una detrás de otra, como una liberación, ir las dejando atrás hasta llegar al llano, al mar, que siempre promete ver más allá, ir más allá.
He estado unos días en la Cerdanya por motivos diversos. Una de mis numerosas y encantadoras primas vive allá y teníamos que hacer juntas una tarea, y la verdad, la Cerdanya es preciosa, cada vez que voy lo compruebo: ese valle tan amplio rodeado de montañas es una iniciación a ellas muy recomendable y nada dramática. La pena es todo el ladrillo que han metido estos últimos 20 años y lo deprimente que es ver todo cerrado, pueblos fantasmas con todo lo necesario para nada. Pero ese es otro problema.
La cuestión es que he estado estupendamente y me he reído mucho,-ella y su pareja son encantadores- pero ya empezaba a reconocer los síntomas de mi enfermedad: inquietud, tristeza, ligero malestar...en cuanto he llegado a Barcelona me he recuperado. También he de confesar que, dos días más allá, y mi régimen se va a la mierda, cosa que no me puedo permitir.
Me pregunto por qué tengo este problema.
Puedes ser una aversión heredada de mis ancestros de Vergara, una villa guipuzcoana muy bonita pero totalmente encajada entre montañas, "El orinal de Guipuzcoa" la llaman vulgarmente.
De hecho, en algún momento de su vida, todos se fueron de allá por periodos mas o menos largos, menos mi abuela, que como era de Eibar, una villa cercana mucho mas fea, encontraba Vergara preciosa y le encantaba vivir allá y, aunque tenían casa en Madrid, iba lo menos posible. En cambio mi abuelo, vergarés de pura cepa, odiaba su pueblo y procuraba aparecer lo menos posible. Decía que era un sitio tristísimo y algo de razón tenía la verdad.
Años después mi padre nos hizo prometer que a el, nunca le enterraríamos en el cementerio de Vergara, que qué tristeza le daba sólo de pensarlo.
Otro hecho que también me marcó mucho, me pasó en el colegio de las monjitas, que como no diré el nombre, puedo afirmar que eran unas brujas y muy mal bichos con una honrosa excepción, la madre Vila, que sé que al cabo de un tiempo se salió.
El caso es que no sé porqué,-algunas amigas serían-, nos convencieron a mi hermana P y a mi, que íbamos a la misma clase y éramos como gemelas, de hacernos Montañeras de la Virgen María. También puede ser que, como en casa estábamos perpetuamente castigadas por algo, viéramos una manera de airearnos un poco, ya que las excursiones eran en sábado.
Lo único que necesitábamos era convencer a mi madre de que nos comprara unas chirucas, requisito indispensable que tenían las Montañeras de la Virgen y siendo el gasto doble ( y no eran baratas) y mi madre poco comprensiva y muy recelosa hacia nuestro repentino entusiasmo, fue bastante complicado, pero finalmente por pesadas, conseguimos que nos las comprara.
El día señalado salimos de casa encantadas, con nuestras chirucas nuevas y un bocadillo y nos dispusimos a pasar un día estupendo.
Gran error.
La subida al monte, la dirigía ella solita una monja, la madre C, para la que P y yo no eramos santo de su devoción ni mucho menos.
Empezamos a andar y nosotras encantadas al lado de nuestras amigas nos las prometíamos felices, pero la monja nos prohibió absolutamente hablar hasta llegar a la cumbre, ya que la subida la ofrecíamos a la Virgen y encima, cuando llegamos arriba, se ocupó de organizar unos juegos colectivos en los que jamás pudimos hacer un aparte; después el bocadillo y para abajo, otra vez ofreciéndoselo a la virgen, a Jesús y al Espíritu Santo, esta vez unas canciones ñoñas y horribles sin solución de continuidad.
Un horror.
No volvimos.
Ante la indignación de mi madre, esas chirucas, anduvieron por casa años y años, incluso llegaron a mudarse a Barcelona con nosotros y eso que ella, muy cruelmente, nos hizo abandonar en la mudanza la mayor parte de nuestros tesoros juveniles.
Esas chirucas fueron una afrenta cada vez que se removían los altillos de los armarios y volvían a salir, nuevas como el primer día.
Eran indestructibles y cada vez que aparecían, se nos echaba en cara el tema.
Creo que debo de asociar montaña con la horrorosa madre C... ¡fijate, lo que hace la educación religiosa!
La autora de este cuadro "Hacia la torre", la surrealista, Remedios Varo, prima de mi abuela, corrió tanto que acabó viviendo en Méjico.
Ésta huía de otro tipo de montañas y probablemente también de alguna monja...