Hace 1 día
viernes, 18 de noviembre de 2011
Una familia chino-japonesa
La tía Concha era la última de las numerosísimas hermanas de mi abuela.
Creo que siempre ejerció de pequeña ante sus hermanas y el resto de la familia, y como no llegó a tener hijos y se casó con un hombre mayor que ella, un tipo encantador, que la adoraba y la llevaba en bandeja, siempre tuvo un carácter algo infantil y caprichoso.
Era simpática, pero desde luego no con los niños de la familia, con los que no tenía ni la más mínima paciencia y a los que dedicaba muy poca atención, la justa para no quedar mal con sus hermanas y sobrinas.
Nos gustaba verlos cuando venían de Madrid, porque eran diferentes y bastante ricos: tenían decorador, modisto, joyero, peletero y chófer y nos daba mucha risa porque a pesar de éste y de poseer un automovil estupendo, viajaban en tren hasta Bilbao, ya que el perrito de la tía se mareaba.
El chófer los dejaba en el tren, en Madrid y después rápidamente, iba por carretera a recogerlos a la estación de Abando, como si hubieran viajado todos juntos. Eran unos viajes muy complicados que se repetían varias veces al año.
Al tío, al contrario que a su mujer, le encantaban los niños y nos hacía mucho caso. Era un hombre muy cariñoso y gamberro.
En Navidad, siempre nos hacían algún regalo.
Nos hacían mucha ilusión ya que la vida entonces era muy austera y en casa los reyes eran bastante modestos: una muñeca, o un juego y para de contar, aunque como creo que los elegía ella,eran muy peculiares: siempre eran o muy prácticos o totalmente absurdos.
Así, que yo recuerde, a las tres mayores, un año nos regaló unas autenticas gorras escocesas de lana pura, de ésas con un enorme pompón, que picaban que te morías y que odié toda mi infancia cuando, cada invierno, inexorablemente aparecían del fondo de algún baúl con olor a naftalina, creo que otro año nos tocó la bufanda, más suave pero también eterna, y por supuesto, no nos faltó la inevitable faldita escocesa con el imperdible de marras. Ésa, mi hermana P. y yo, conseguimos reducirla a la nada cuando vimos en una revista la primera minifalda en Carnaby Street, y aún me asombro de que nuestra madre nos dejara salir a la calle poco menos que enseñando las braguitas...
Para compensar otro año nos regaló unos bebés monísimos, con toda su canastilla dispuesta en una cesta de esas planas de ropa de plancha, que nos encantó. Un regalo precioso.
Luego ya fue cayendo en lo absurdo ( sospecho que sus compras coincidían con algún rastrillo pijo navideño) y se dejaba llevar por la inspiración del momento.
El regalo más peculiar fué uno que nos hizo a P. y a mi juntas; nosotras íbamos en bloque, como nos llevábamos muy poco éramos como gemelas.
Se trataba de unos muñecos de pasta pintada a mano, que representaban a una familia que nosotros supusimos alegremente que era china pero que con el tiempo descubrimos japonesa.
Daba igual porque durante muchos años fueron "los chinos".
Eran un padre, una madre y un hijito pequeño, vestidos con kimono de seda, sentados en unas alfombrillas y al moverlos, como absurdamente tenían aquel mecanismo simulando un lloro, parecían unos bebés sin serlo, o peor aún, unos padres-niños. En cualquier caso un efecto muy raro.
La verdad es que eran bonitos y muy delicados para unas unas manazas como nosotras, por lo que nunca nos dejaban jugar con ellos.
Encima como P. era mayor que yo decidió si o si, que la madre, que era la más mona con diferencia, era suya, y el padre, mucho más feo, para mi; el niñito, "salomonicamente" para las dos. Eran como un matrimonio exclusivamente unido por la paternidad. Real como la vida misma.
Fue el típico regalo que durante años adorno nuestro dormitorio compartido y con el que raramente jugábamos, con el paso de los años pasó a una caja, y después, increíblemente, viajó hasta Barcelona ( me sorprende ya que aún recuerdo con indignación todo lo que mi madre tiró cuando nos vinimos a vivir aquí...) , y cuando tuvimos hijas propias, volvió a salir la caja durante las sobremesas de las comidas familiares. Hasta que una de las niñas, me temo que una mía , decidió cortarles el pelo, ante la indignación de la abuela que aprovechó para opinar que ya era hora de que nos los lleváramos a nuestra propia casa.
Como era un indiviso entre mi hermana y yo pero nos llevamos muy bien, decidimos que primero los tuviera ella un tiempo y luego los tendría yo.
P. intentó arreglarlos un poco y los colocó en una especie de caja, por que la verdad, es que a estas alturas ya son unos muñecos muy raros y muy bonitos, pero es un poco chapucera y no le quedaron muy bien..
Hace unos años, se los robé sin que se diera cuenta ( es muy despistada) y los restauré un poquito, los kimonos, el pelo, sustituí lo que faltaba y les hice una caja vitrina preciosa a la que además incorporé unos retratos nuestros tuneados de japonesas, como si fuéramos las antepasadas de la familia, ya para siempre chino-japonesa. Se lo regalé por Reyes en un paquete oriental muy "currao" pero sin renunciar a la propiedad, es más, puse por detrás una explicación del tema por si sus hijas o las mías aún no se han enterado a quién pertenece, y sé que le hizo mucha ilusión.
Ahora, hace unos días, me los he traído yo a casa.
Es como aquellos santos en una casita portátil, que mi abuela tenía durante unos días en su casa, y luego había que llevarlos a la siguiente señora de una lista que ellas sabían de memoria. Recuerdo de un San Antonio que al final sólo tenía dos señoras, ya que las otras se habían ido muriendo, y el pobre iba de una casa a otra sin solución de continuidad...
Mis santos chino-japoneses.
Estoy encantada aunque aún no les he encontrado su sitio, necesito pensarlo.
Es que algo que me ha acompañado casi sin querer y desde hace tanto tiempo, debe de tener un significado que no llego a comprender, pero que me parece mucho más importante que todas las tonterías que me preocupan en mi día a día...
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Ha, ha... una història genial des dels oncles de Madrid viatjant en tren, al barret que picava fins a les mateixes figures que són l'avantsala del kitsch que va arribar després!
ResponderEliminarQuan puguis, sinó ho has fet ja coneixent els teus gustos afrancesats, mira't la pel·lícula "El marido de la peluquera" i surt la teva adècdota del barret que pica però versió banyador de llana irritadora!
Ya la he visto pero hace tiempo y no recuerdo la anecdota del bañador, pero si que recuerdo unos terribles bañadores de nido de abeja que combinados con el uso, la sal y la finísima arena de las playas del norte te dejaban la entrepierna tan irritada que dificultaba mucho el andar ...
ResponderEliminarPor cierto que no he explicado que, debido a ser la tercera de tres niñas y a la moda de Bilbao, yo llevaba los modelitos el triple y el doble que mis hermanas y acababa odiandolos aunque en origen fueran suaves, bonitos y favorecedores.
¿La tía Concha ya tuvo la premonición de que en un futuro habría chinos en la familia? ¡¡Qué mona familia chino-japonesa!!
ResponderEliminarPrima A.
Era una visionaria, ya pondré una foto suya disfrazada de lagarterana...ahí se ve todo su potencial.
ResponderEliminarEl mejor comentario del blog sin duda me ha encantado!! ¿no tienes alguna foto de adolescente en minifalda escocesa para plimos pervertidos?
ResponderEliminarProtesto! No fuimos nosotras la que cortamos el pelo a la china, fue una de la estirpe de P. que yo me sé...jeje
ResponderEliminarPombolita Junior
No tengo, plimo, pero ya pondré la del pareo que prometí en otra entrada...
ResponderEliminarJunior, la abuela dice que fué minipombolitasegunda, a saber...